miércoles, 23 de febrero de 2011

¿Cuestión de estándares?

Por Natalia Perez

Creo que resulta muy difícil evitar sentirse seducido por el cambio en el discurso y en el tono, así como por la mención de temas nuevos en la agenda política, en especial la prioridad dada a la reparación de las víctimas y la restitución de tierras como elementos claves para construir un camino sólido hacia la paz, que ha introducido el gobierno de Santos.

Los efectos, por supuesto, no se han hecho esperar: en el campo de las relaciones internacionales, no sólo se logró el restablecimiento de las relaciones con Venezuela y Ecuador, sino que también se observa una diversificación, que comprende entre otras un súbito dinamismo en las relaciones con Asia, una cercanía estratégica con Brasil y en general un nuevo posicionamiento del país como líder (y no como “paria”) en la región.

A nivel doméstico la situación no es menos alentadora: el presidente nombra personas competentes en muchos de los ministerios y otros cargos de importancia; declara abiertamente su respeto por los demás poderes; los opositores y las ONGs contrarias al gobierno dejan de recibir el rótulo de auxiliadores de la guerrilla; después de 16 meses de interinidad se consigue nombrar en propiedad a la fiscal general de la nación y, ante una tragedia invernal de increíble magnitud, el ejecutivo responde declarando la emergencia humanitaria y además anuncia un ambicioso plan de reconstrucción que, en principio, le podría fin a este tipo de desastres anunciados y periódicos.

Todas estas señales enviadas por el nuevo gobierno despertaron en mi un gran entusiasmo: no había votado por Santos debido a la perspectiva de un gobierno continuista y, sin embargo, una vez en el poder él parecía estar actuando como lo habría hecho el candidato perfecto (demócrata, liberal y progresista!). Era quizá la forma más dulce de una victoria, pues llegaba después de una batalla en la que ya estaba resignada a la derrota!

Sin embargo hoy, luego de haber leído las entrevistas más recientes y, claro, con un poco más de tiempo en el poder, siento que las razones para el optimismo no tienen mayor profundidad: los intereses de grandes empresarios y la banca no se tocan, el asistencialismo en los programas sociales sigue siendo la regla y el país avanzan sin vacilaciones hacia un modelo de desarrollo basado en la minería que sin duda continuará generando serias implicaciones ambientales y sociales que no son otra cosa que combustible para el conflicto.

Y con esto, vuelvo a un argumento que se me ocurrió en su momento para explicar el fenómeno de la popularidad de Uribe. La situación era tan caótica bajo Pastrana, con unas Farc todo poderosas que secuestraban sin tregua, amenazaban casi todas las carreteras y tenían prácticamente cercada a Bogotá y con un presidente más interesado en obtener un reconocimiento internacional que en tomar las riendas de la situación del país que, cuando Uribe subió al poder e hizo lo que cualquiera habría tenido que hacer, es decir, replegar las Farc y asumir propiamente su mandato, los colombianos lo amaron y estuvieron (y según parece aún están) infinitamente agradecidos por eso.

Creo que en este momento nos está pasando algo muy similar: luego de habernos acostumbrado a Uribe, con su discurso irrespetuoso con cualquier tipo de oposición y lleno de odio, con su estilo de gobierno autoritario y populista, con su idea de sostener en altos cargos a personas claramente incompetentes, con sus continuos abusos de poder y escándalos de corrupción, por no nombrar la cuasi certeza de sus vínculos con el paramilitarismo, llega un Santos que usa un discurso moderado, que no sale en televisión y radio todos los días a lanzar insultos, que se rodea de un equipo competente e idóneo y quien en principio ejerce un liderazgo desprovisto del odio visceral que caracterizó (y aún caracteriza a Uribe y a los furibistas del “Coffee Party”), y los colombianos estamos dichosos (su popularidad ha alcanzado incluso el 90%!).

Pues bien, en mi humilde opinión, se trata simplemente de una cuestión de estándares: para desgracia nuestra, estos últimos mandatarios han salido del poder dejando estándares tan bajos en aspectos clave para cualquier Estado democrático, que simplemente basta con que quien suba al poder haga lo mínimo que tiene que hacer para ser alabado y adorado incondicionalmente. Y, mientras celebramos entusiasmados la “gloriosa llegada del nuevo mesías”(pues el catolicismo sin duda tiene mucho que ver con esto), se nos pasan por delante los debates de fondo que sí definen el tipo de país hacia el que estamos avanzando (¿o retrocediendo?).

lunes, 14 de febrero de 2011

Lo que no nos hace Colombianos

Por Germán Barragán


Dos videos están circulando en la red hace varios días. Por su contenido han despertado toda clase de comentarios en facebook, twitter y los foros de los medios que los publicaron.


Las opiniones consignadas en los foros han sido especialmente emotivas para los dos videos y comparten la idea en común de que el video que cada uno comenta refleja mucho de lo que nos hace Colombianos. Sin embargo, la idea de lo que parece ser típicamente de nuestro país varía totalmente de un video a otro.


Los dos videos han trascendido y se han divulgado rápidamente, aun más allá de la red. El Tiempo publica en su edición dominical una entrevista a Kenji Orito, protagonista del primer video http://www.youtube.com/watch?v=EzHJ0QzRMvA. Ese mismo día la columna de Daniel Samper Ospina en la Revista Semana dedica su atención al segundo video, el de la tortura a la ya tristemente célebre perrita por parte de unos uniformados http://www.youtube.com/watch?v=u9gb29likA0. Los comentarios sobre lo orgullosos que se sienten unos o lo avergonzados que se sienten otros de ser Colombianos se repiten; Nada sabe igual si no es en Colombia, Colombia es un País de Salvajes.


Cuál es la versión real de los Colombianos, aquella de las personas generosas en abrazos y trabajo por los demás, o aquella de las personas despiadadas que se jactan del sufrimiento de otro mientras continúan entre risas torturándolo hasta la muerte. Como se pueden conciliar estas dos visiones de lo que es ser Colombiano. Cuál de las dos somos… las dos? Cuál de las dos más?


Creo que en Colombia hay de todo como en cualquier lado, y eso no es ninguna novedad aunque a algunos se les olvide. Siento que los colombianos sí somos especialmente afectivos y a pesar de lo que muestran casos como el del segundo video, me resisto a creer que seamos especialmente malos.


Kenji no es el primer extranjero (medio extranjero en su caso) que habla bien de los colombianos. Por alguna razón nos encuentran afectivos, el espíritu festivo los aleja de la monotonía de sus lugares de origen y se cautivan con la alegría del país con las personas más felices del mundo. La familiaridad con la que se sienten tratados desde el primer día los acerca afectivamente y el colorido paisaje se llena por completo con las caras de aquellos con los que tienen la oportunidad de compartir. Suena a sarcasmo pero parte de lo que escribo lo creo, porque lo he oído y porque lo he sentido… de una manera tan subjetiva a como he sentido, en opuesto, la especial atención de los franceses en Francia.


De alguna manera somos especialmente afectivos, en especial si nos vemos junto a un japonés. Pero no creo que sea cuestión de tener la fortuna de cruzarse con uno de los buenos, de los buenos colombianos ó de los tan de moda colombianos de bien, sino que la gente de aquí, a las buenas, es verdaderamente especial. El desparpajo con el que cruzamos el espacio personal de las personas para expresar físicamente el cariño, de seguro ayuda. Será un análisis demasiado optimista? es posible… será además simplista e iluso, a lo mejor no tanto.


Por supuesto que la gente por las buenas es buena, en todo lado, pero creo que la gente en Colombia es aun más buena. Cuando nos damos largas parecemos las personas más sinceras y accesibles del mundo, en especial con los extranjeros con los que pareciera que no hay nada que perder.


Pero también acepto que pasan cosas malas, de hecho muy malas. No en vano cada mañana se levantan junto a nosotros miles de connacionales que desde distintos bandos y por una u otra razón asumen la alternativa de llevar una vida armada, con la opción cotidiana, siempre presente, de quitarle la vida a otro ser humano.


Y creo que la maldad se entremezcla a veces con la crueldad como lo muestra el segundo video, como también en los numerosos casos de violencia doméstica, sexual, contra menores de edad; En los ejercicios sistemáticos, premeditados, como el secuestro o el asesinato por recompensa; En quien genera la angustia de una señora con un collar bomba aunque también en quien genera la angustia de otra señora mientras simula el secuestro de un familiar para hacer una broma desde una emisora de radio, una de un rencauchado candidato a la alcaldía de Bogotá.


Se necesita una mezcla de maldad y crueldad en quien jala la soga al cuello de un perro mientras lo ve, poco a poco, quedarse sin aire. También para revender la bienestarina de niños con los que se cruza todos los días en algún municipio del Chocó de donde es funcionario público, ó para feriar por unos pesos la ayuda destinada a damnificados por el invierno en el pueblo de donde es Alcalde.


Acepto que pasan cosas malas y que la maldad se mezcla con la crueldad en no pocos ejemplos, pero me acuerdo también de casos equivalentes en distintos lugares y momentos de la historia. El segundo video muestra un suceso desafortunado ocurrido en Colombia, pero decir que el video muestra lo que significa ser colombiano es tanto como decir que muestra lo que significa ser caucano, ser negro, ser policía, ser hombre ó ser latinoamericano.


El video muestra lo que podría ser una persona de cualquier condición en cualquier parte del mundo, en un acto de maldad y crueldad igual de censurable y triste pero también comparable con la matanza de delfines en Dinamarca, con el Austriaco que encerró a su hija en el sótano durante 24 años ó con el ejercicio sistemático de carnicería en los Balcanes o años antes con el holocausto Nazi.


No, no creo que a las malas los colombianos seamos especialmente malos. Ya los violentólogos en los noventa descartaron hipótesis de todo tipo que buscaron explicar nuestra supuesta maldad endémica, incluyendo hipótesis como la de la violencia generada por comer tanta papa o tomar tanto café.


En cambio si creo que a las buenas somos especialmente buenos, pero ese será el argumento de otro blog.

martes, 8 de febrero de 2011

¿Heno en Cartagena?

Por Natalia Perez

Es cierto. Desde hace 6 años, a finales de enero en Cartagena se celebra el Hay Festival (literalmente el Festival del Heno), un festival “hermano” del festival Hay-on-Wye de Gales. A diferencia del año pasado cuando vino Ian McEwan, uno de los escritores británicos contemporáneos más famosos y cuyas novelas disfruto muchísimo (en especial Amsterdam, Enduring Love y, por supuesto, Atonement), este año no había ningún autor megafamoso. Sin embargo, las cosas llegan cuando llegan y, justo este año, aprovechando una situación de desempleo temporal, terminé asistiendo por primera vez al Hay.

Lo primero que tengo que decir es que el festival está muy bien montado: los eventos empiezan a tiempo, la programación es variada: incluye charlas, tertulias, películas y conciertos, y los estudiantes reciben 10 entradas gratis. Así que si uno, colombiano, ha crecido un poco desadaptado porque prefiere muchas veces un buen libro a una rumba, encuentra en este festival un lugar donde no sentirse raro. Además, el hecho de que casi en todos los eventos haya lleno total, no deja de ser esperanzador: hay gente en nuestro país no sólo que lee sino que está dispuesta a pagar por ver y oir a sus autores: a saciar esa curiosidad o ese morbo de descubrir la cara y la voz detrás de las historias que nos fascinan.

La verdad, hubo charlas aburridísimas en las que egos gigantes hablaban sin parar y sólo para confundir. En especial, las limitaciones de los entrevistadores constituyeron una queja generalizada: muchas veces hablaron más que sus invitados, siguieron rígidamente un formato prediseñado o no fueron incapaces de retar, ni por un instante, a sus entrevistados. En mi humilde opinión, estás practicas eran una máscara para ocultar que en realidad no sabían de su invitado nada más allá de lo que aparece en Wikipedia. Una excepción notable fue Daniel Samper (papá), quien entrevistó a Lydia Cacho, una periodista, activista y feminista mexicana que con su historia de vida, marcada por la persecución de los narcotraficantes/corruptos/pedófilos a los que denunció. La forma tranquila en la que habla de esto, pero también su integridad moral, despertó en el teatro una ovación que duró como 10 minutos. A mí me emocionó, claro, pero además me hizo sentir un poco mal conmigo misma: después de todo, hay gente que vive no sólo conforme a sus principio, sino que escoge el camino siniestro de vivir por ellos – y de morir también. Se me ocurre a veces que quizá los periodistas sean una estirpe más propensa a seguir este destino, pero aún no sé. En cualquier caso, hay mucha integridad en el ejercicio periodístico, como mostraron el mismo Daniel Samper y Alejandro Santos, quien se lució en una charla sobre periodismo literario.

El Hay me dejó además un nuevo amor platónico: Miguel Syjuco, un flipino de 34 años, que siempre lucía impecable y sonriente y de quien, aunque no he leído ni una frase, puedo decir que incluso si no es tan buen escritor como dicen (ganó el Man Asian Prize y la crítica ha sido muy entusiasta con su primera novela, Ilustrado), seguro es un ser humano excepcional. Brilla con luz propia e inspiró tanto al auditorio que todos salimos corriendo a comprar Ilustrado, con tan mala suerte que su casa editorial no contaba sino con 100 copias en todo Cartagena, lo que es típico de Colombia, donde la previsión es más bien escasa.

Lo bonito del Hay es justo esa familiaridad con la que uno se aproxima a los escritores, músicos y periodistas invitados. Uno los ve en la calle, les charla, ellos sonríen y uno se queda con esa imagen grabada, y claro, se enamora!. Sin embargo, como todo, el Hay tiene también su lado oscuro: está asociado a un evento de élite, aunque su espíritu en Gales nada tiene que ver con esto. Claro, el trópico lo manda así: en un país tan desigual, quien sino la élite tiene el privilegio de gastar en libros (los precios en Colombia no dejan de ser altísimos) y de disponer del tiempo para leerlos? Y además, siendo Cartagena la ciudad más cara del país y el Hay un festival en el que cada evento se paga por separado, quien sino la elite puede gastar medio salario mínimo sólo en entradas?

La vida del Hay fuera de los auditorios es exigente: fiestas exclusivas todas la noches en las que hay meseros, músicos y todo el trago y la comida del mundo, pero en las que, como dijo una gran amiga “la energía es muy baja y todos tienen cara de aburridos, de conversación forzada”. Además están los desayunos, almuerzos y onces en estos restaurantes cartageneros llenos de atmósfera y buen gusto y claro, la vida en general, que vivida sólo en la ciudad vieja desangra por su costo pero parece simplemente perfecta, con sus coloridas calles y su estética maravillosa, en la que uno quiere sumergirse y ya. Pero no, la Cartagena real es otra, una ciudad grande, pobre y fea, cuya cara no vemos los que vamos al Hay y que no puede estar más lejos del mundo que surge alrededor de este festival.