Por Natalia Perez
Es cierto. Desde hace 6 años, a finales de enero en Cartagena se celebra el Hay Festival (literalmente el Festival del Heno), un festival “hermano” del festival Hay-on-Wye de Gales. A diferencia del año pasado cuando vino Ian McEwan, uno de los escritores británicos contemporáneos más famosos y cuyas novelas disfruto muchísimo (en especial Amsterdam, Enduring Love y, por supuesto, Atonement), este año no había ningún autor megafamoso. Sin embargo, las cosas llegan cuando llegan y, justo este año, aprovechando una situación de desempleo temporal, terminé asistiendo por primera vez al Hay.
Lo primero que tengo que decir es que el festival está muy bien montado: los eventos empiezan a tiempo, la programación es variada: incluye charlas, tertulias, películas y conciertos, y los estudiantes reciben 10 entradas gratis. Así que si uno, colombiano, ha crecido un poco desadaptado porque prefiere muchas veces un buen libro a una rumba, encuentra en este festival un lugar donde no sentirse raro. Además, el hecho de que casi en todos los eventos haya lleno total, no deja de ser esperanzador: hay gente en nuestro país no sólo que lee sino que está dispuesta a pagar por ver y oir a sus autores: a saciar esa curiosidad o ese morbo de descubrir la cara y la voz detrás de las historias que nos fascinan.
La verdad, hubo charlas aburridísimas en las que egos gigantes hablaban sin parar y sólo para confundir. En especial, las limitaciones de los entrevistadores constituyeron una queja generalizada: muchas veces hablaron más que sus invitados, siguieron rígidamente un formato prediseñado o no fueron incapaces de retar, ni por un instante, a sus entrevistados. En mi humilde opinión, estás practicas eran una máscara para ocultar que en realidad no sabían de su invitado nada más allá de lo que aparece en Wikipedia. Una excepción notable fue Daniel Samper (papá), quien entrevistó a Lydia Cacho, una periodista, activista y feminista mexicana que con su historia de vida, marcada por la persecución de los narcotraficantes/corruptos/pedófilos a los que denunció. La forma tranquila en la que habla de esto, pero también su integridad moral, despertó en el teatro una ovación que duró como 10 minutos. A mí me emocionó, claro, pero además me hizo sentir un poco mal conmigo misma: después de todo, hay gente que vive no sólo conforme a sus principio, sino que escoge el camino siniestro de vivir por ellos – y de morir también. Se me ocurre a veces que quizá los periodistas sean una estirpe más propensa a seguir este destino, pero aún no sé. En cualquier caso, hay mucha integridad en el ejercicio periodístico, como mostraron el mismo Daniel Samper y Alejandro Santos, quien se lució en una charla sobre periodismo literario.
El Hay me dejó además un nuevo amor platónico: Miguel Syjuco, un flipino de 34 años, que siempre lucía impecable y sonriente y de quien, aunque no he leído ni una frase, puedo decir que incluso si no es tan buen escritor como dicen (ganó el Man Asian Prize y la crítica ha sido muy entusiasta con su primera novela, Ilustrado), seguro es un ser humano excepcional. Brilla con luz propia e inspiró tanto al auditorio que todos salimos corriendo a comprar Ilustrado, con tan mala suerte que su casa editorial no contaba sino con 100 copias en todo Cartagena, lo que es típico de Colombia, donde la previsión es más bien escasa.
Lo bonito del Hay es justo esa familiaridad con la que uno se aproxima a los escritores, músicos y periodistas invitados. Uno los ve en la calle, les charla, ellos sonríen y uno se queda con esa imagen grabada, y claro, se enamora!. Sin embargo, como todo, el Hay tiene también su lado oscuro: está asociado a un evento de élite, aunque su espíritu en Gales nada tiene que ver con esto. Claro, el trópico lo manda así: en un país tan desigual, quien sino la élite tiene el privilegio de gastar en libros (los precios en Colombia no dejan de ser altísimos) y de disponer del tiempo para leerlos? Y además, siendo Cartagena la ciudad más cara del país y el Hay un festival en el que cada evento se paga por separado, quien sino la elite puede gastar medio salario mínimo sólo en entradas?
La vida del Hay fuera de los auditorios es exigente: fiestas exclusivas todas la noches en las que hay meseros, músicos y todo el trago y la comida del mundo, pero en las que, como dijo una gran amiga “la energía es muy baja y todos tienen cara de aburridos, de conversación forzada”. Además están los desayunos, almuerzos y onces en estos restaurantes cartageneros llenos de atmósfera y buen gusto y claro, la vida en general, que vivida sólo en la ciudad vieja desangra por su costo pero parece simplemente perfecta, con sus coloridas calles y su estética maravillosa, en la que uno quiere sumergirse y ya. Pero no, la Cartagena real es otra, una ciudad grande, pobre y fea, cuya cara no vemos los que vamos al Hay y que no puede estar más lejos del mundo que surge alrededor de este festival.
Celebro el comienzo de este blog! que además se inaugura con la historia muy amena y bien documentada de unos días inolvidables en el Hay. Agregaría a las impresiones de Natalia que estos espacios son buenas excusas para estar con los amigos y para despertar caminos interiores, nuevas ideas, y canales de expresión. También nos recuerda que la rutina es un fenómeno completamente evitable que se enriquece con el encuentro de seres que creen y construyen a través de la literatura, o de sus propias vidas otros mundos posibles. Bien por Germán y Natalia que ya pusieron a andar este proceso de compartir nuestras ideas y nuestra versión de la vida. Estoy ansiosa por leer el siguiente…..Camila
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